Shana Gould

El Invierno se Incendia

BIO

Shana Gould has ties with four nationalities. The daughter of an American mother and Mexican father, she was born in Canada but moved to Guatemala at the age of eight. Influenced by gender disparities that she witnessed, and a love of reading and writing, she studied Spanish Literature and Gender Studies at the University of British Columbia, in Vancouver, B.C. You can learn more about her on her Facebook Page.

and on her twitter, @ShanaCarmen

La casa era considerada por Elsa y su señora madre a prueba de incendio; se les olvidaba que los incendios siempre llegan de sorpresa. Desde afuera se lograba distinguir—entre el monte de tres metros y la buganvilia—una casa blanca, ahora casi negra. El moho producía áreas verdes y vivas, y áreas negras donde se caía la pintura. Nunca llegaban visitas. Ni las moscas se asomaban a la casa de doña Bernarda, por no quedarse atrapadas en tela de araña humedecidas—equivalente humano a la cadena perpetua. Elsa se quejaba con sus peluches y muñecas de porcelana que la buganvilia tapaba la ventana de su cuarto, dejándola así en oscuridad. Se filtraba el agua por la terraza penetrando el cuarto de la doncella; era pequeña la gotera al inicio.

Elsa siempre andaba bien abrigada; en la casa siempre era invierno. La humedad del agua que atravesaba las paredes era el simulacro del aire acondicionado.

–Hija vaya a hacerme un té de Rosa de Jamaica- dijo su madre.

-Si- respondió Elsa, obediente por obligación.

Era difícil (casi imposible) hacer una fogata en el patio; era una guerra entre el fuego y el agua, y el agua solía ganar. Elsa soplaba fuerte pero todo era húmedo, hasta su aliento; batía las manos de arriba para abajo, pero en vano. La locura de su madre era tan grave que creía que el té calentado en fuego de leña sabía mejor que uno calentado en estufa.

Elsa se sentó a llorar en silencio cuando de pronto, entre una esquina de su ojo, vio pasar por el callejón, a un labrador sin camisa. Solo Elsa sabía que él se llamaba Pedro, porque siempre insistía en ser ella quien le pagaba la leña en vez de mandar a la sirvienta. Traía machete y agua le salía por los cachetes rojizos. Elsa agachó la mirada y pateó la leña en furia. Fue sorpresa y agrado ver que se prendía ahora la fogata con facilidad. Elsa regresó con el té caliente, rojo, vivo.

-¡Ay hija! Esperándola a usted, uno se muere de sed, de hambre y de frio.-

Se borró la sonrisa de Elsa (la que había tardado años en llegar) y le gritó a su madre –¡Ay si usted ya está casi muerta, ¿o no se ha visto!?-

Bernarda se quedó atónita y a través de sus ojos de vidrio señaló con la mirada fotografías suyas de su juventud. Parecían haber salido de una lavadora—contempló Elsa—estaban desteñidas y manchadas con moho. –No te creas más por ser joven; un día te verás igual a mí-.

La humedad había producido un oxido que oprimía todo cuanto tocaba, dejando todo en su rastro tieso y sin vida. Las llantas de la bicicleta ya no giraban, y las puertas rechinaban (gritaban al abrirse) era mejor no abrirlas. Elsa sentía que sus articulaciones ya no se movían con agilidad; en esta casa se llegaba a ser vieja antes de serlo.

-Madre,  ¿qué cenaremos?- preguntó Elsa, viendo que el reloj de cocina marcaba las 18:00 horas.

-Vaya a encargarle a la sirvienta que traiga bistec para milanesa-

-Madre- Elsa agachó la vista.

-¿Qué?-

-Pues me preguntaba si a lo mejor por ser mis quince años, ¿podríamos hacer camarones?-

-Hija me haces la pregunta más estúpida y atrevida. Ya te dije que nada de afrodisiacos en esta casa. Ni camarones, ni chocolate, ni cebolla, ni otras cosas más.

-Vaya madre; disculpe, es que se me olvida porque usted nunca me ha explicado el significado de esa palabra.

-Significa del diablo; entiende hija-.

-Sí madre- dijo Elsa, con una cara sin color.

Se rompió el silencio cuando se escuchó un alarido de la muerte, y la sirvienta  prieta y ancha entró corriendo.

-Señora, señora, la choza, la choza se está quemando.-

Elsa bajó las gradas como animal de circo que escapa su jaula. Desde el patio se veían como las llamas arrebataban las maderas de la casita. La devoraba y a Elsa se le figuraba un gigante tres veces su alto.

Elsa sentía el calor en sus mejillas y cómo el fuego la penetraba. Por primera vez sintió calor. Sonrió y se tocó su cuerpo rojizo.

Bernarda gritaba desde la casa.

-¡Apáguenla! Hay que apagarla antes de que se coma la puerta. ¿Cómo saldremos?-

Elsa observaba sin poder reaccionar, como avanzaba a paso casi calculado a la puerta y Elsa no podía (o no quería) evitarlo. Gotas de sudor atravesaban sus cachetes y se derrumbaban a través de sus pechos erectos hasta llegar al suelo y dar vida a las rosas muertas.

El labrador ya estaba en el jardín, demasiado cerca de Elsa. Ella conocía más que su nombre ahora, pero los vecinos no se dieron cuenta de nada cuando llegaron con cubetas de agua de rio o desagüe. Tiraban y tiraban más y más agua, y Elsa se quedó paralizada como sus muñecas de porcelana, viendo como mataban lo único vivo en ese lugar.

La puerta ya se había quemado y ahora quedaba un gran hueco para ver a los que pasaban por el callejón. Como por instinto animal, Elsa se tocó su vientre, sintiendo vida dentro de ella por segunda vez; regresó su sonrisa que el invierno eterno había borrado.

© The Acentos Review 2018