Lisa Magdalena

lisa magdalena



BIO

Lisa Magdalena is a SF Bay Area figurative painter and a graduate of UC Berkeley. This is her first piece of fiction.







Flujo marrón y test de embarazo 

            Hola.  Soy La Edy, alumna desastrosa, desgraciada número uno pero muy chingona.  Este es mi cuento, mi autorretrato, mi fracaso.  Me conoces así.  Soy la badass de esta sala.  Y tú eres mi mentor.  Me estás viendo en la primera fila.  Si estuvieras a mi lado yo no diría nada de esas vulgaridades.  Pero estás allí y me ves.  Front on.  Integrada.  Te veo.  Nos vemos.  Tus ojos verdes.  Mis ojos negros.  Eres Don Pinche Pocho de lo Más Exigente, mi profesor de español.  Me ojeas.  Y te ojeo.  Entiendo tus deseos.  Soy la Edy, experta en todo que no puedes tocar, el cuerpo delicioso de la patria, la Edy, la más chingona.  Me aceptas como soy.  Calculas.  Respiras.  Te agrado.  Mis chichis, mis labios hinchados, mi fachada de pudor.  Y me agradas a mí de vez en cuando.  Así es la onda:  Un momento donde tú deseas alcanzar la perfección de mi ser y el momento preciso en que te rechazo.  Es nuestro baile, la danza de los mundos ajenos, alumna y profesor.  Tú ojeándome, yo deseando.  Yo acepto tu ardor.  Soy guapa.  Los hombres siempre me evalúan.  Estoy acostumbrada a los lujuriosos.  Y tú no eres una excepción.

            El otro día me dijiste, “Edy, quiero que me escribas algo.” 

            No contesté.  No pude.  Tienes ese efecto.  Me callas con tus palabras.  Los otros en la sala también.  Soy la única nativa en esta clase de gabachos e hispanos blancos.  Si hablo van a entender mi acento grueso, mi lenguaje indio, mi carecia de buenos modales.  Así que casi nunca converso en público.  

            Viste que no tenía la menor inclinación de responder y te acercaste.

            “Edy, I want you to write una composición, o sea un cuento.  Tú decides.  It’s up to you.  Por lo menos que sea creativa.”

            “¿Un cuento?”

            “Sí.”

            “¿En serio?”

            “En serio.”

            “¿Estás loco?”

            “No, completamente sano.  Quiero que me cuentes algo de tu vida, de tus esperanzas, de las experiencas que te han formado.  De todo.”

            Eché un vistazo a mis camaradas.  ¿Yo escribir?  ¿Dónde?  ¿En el learning center?  

            Proseguiste.  “Tienes talento, Edy.  ¿Ves a los otros pendejos en esta clase?  Aquí no hay talento.”

            I did not argue this.  You were right.  I am surrounded by pendejos.  I have been surrounded by them for some time now.  No cabe la más mínima duda.  Unos viven el country club.  Otros en calles con nombres raros:  Mission Viejo Street, La Puma Avenue, Alameda de Vía.  Y todos llevan la misma ropa, escuchan la misma música, y repiten silenciosamente las mismas palabras:  “I’m cool.  I’m rich.  I’m awesome.  I’m entitled.”

            Me miraste fijamente.  “Son mensos.  No entienden nada.  Se les ha perdido su historia.  Tú no.”

            Me mantuve serena, impávida, dura.  Soy la Edy, la más dura, la más chingona.  Tengo mi reputación.  No pasas un año viviendo en un coche, y luego en la calle, y luego en foster care sin cultivar una actitud negativa.

            “Hey, pendejos, what’s up?  Can you explain why there is nothing surprising in life beyond your i-phones?” you said to the class.  “Can you hear anything beyond the little rubber speakers in your ears? ¿Tienen ideas? ¿Momentos? ¿ Imágenes?”

            Los pendejos no contestaron.  Los hispanos blancos chillaron. 

            “¿Ves?  No entienden.”

            “Nope.  Y nunca van a entender.”

            “Ahorita ves la onda como es.  Toma ese papel.  Escríbeme algo tremendo.” 

             Si hubiera podido escaparme, habría saltado por la ventana.  ¿Pero qué  hacer cuando tu profe te da un asunto?  No asentí pero tomé el papel.  De todos modos no iba a escribir ni siquiera una palabra.  Soy la badass aquí.  Y las más chingonas no escriben.

            “Tienes hasta el dos de mayo para entregármelo.”

            Chequeé el papel.  Estaba intitulado:  Voces Hispanas-- How I Found Myself, un concurso patroncinado por el estado de California y el departamento de educación.

            “El premio es cien dólares,” incluiste.  “Puedes ganar.”

            Me fui de la clase con ese pinche papel.  Aunque sabía que nunca iba a ganar, ese premio de cien dólares me interesaba.

            Segundo Periodo.  La Señora Pereza Patricks, profesora de inglés, yerma ardiente y estéril.  Gabacha pero muy gabacha.  Una vieja perra.  No hice nada.  Dormí un poco.  Pensé un poco en tu asunto, mi composición.

            Tercer periodo.  Una pérdida de una hora con el Profesor Dipshit Gringo-Grundheim, un menso de dimensiones profundas.  Learning Center.  Donde se reúnen los más chingones.  No hice nada.  El centro me había dado un i-pad porque vengo de una familia que no tiene nada de dinero.  Y si voy a superar en esta escuela de privilegiados, tengo que estar conectada.  Mi madre cree que el internet es la voz del diablo.  Pero a mí me encanta.  Tengo mis cuentos de Facebook y Twitter.  Y en el internet puedes encontrar cosas que nunca encontrarías en una vida normal.  Fingí estar interesada en mis tareas.  Pero en realidad estaba revisando mi lista de amigos de Facebook.  Tengo tres.  No es un número sorprendente.  Y prefiero navegar anónimamente.  ¿Podría escribir un cuento de mi vida si solo tengo tres amigos? 

            Cuarto periodo, la clase de historia.  Una jaula.  Con Carlos Villareal, el otro mexicano.  Puro como yo.  De Michoacán.  Muy chingón.  Lo conocí en septiembre.  Llevaba pantalones de mezclilla que hacen bolsas, zapatos de Nike y jugaba al baloncesto.  También estaba en mi clase de álgebra. Se sentaba detrás de mí y siempre trataba de conseguir mi atención.  No me sentí muy halagada.  Él no era el único chico que me había prestado atención.  Habían otros. Flacos.  Idiotas.  Players y wannabes.  Y algunos en foster care que siempre insistían que me quitara la ropa para que pudieran ver mis senos.  Ese día Carlos Villareal se acercó a mí y dijo, “Hey girl, I like how you look.”

            “Thanks, asshole.” 

            “Yo, why the hating?”

            “Just calling it like it is.”

            “Mira, chica, soy tu sangre.  Y quiero pasar a good time with you, girl.  What you say?”

            No tuve respuesta. 

            “¿Así que me quieres?”

            No le dije que sí. Que me agradaba enormemente.  Me callé.

            “Now you know where I stand,” said Carlos.  “You know how I feel.”

            Lo ignoré durante el resto de la clase.  Carlos Villareal es un mujeriego.  No vale la saliva.  Pero escribí mis primeras palabras en esta clase.  Fueron:  Carlos Villareal.  Dos sustantivos propios.  Me convenían.  Aunque no lo quería, me gustaba la idea que tenía a un pretendiente.

            Pasé el lonche, el quinto, el sexto, y el séptimo periodo pensando en Carlos.  Y luego el día siguiente.  Y un día más.  Y luego otro día.  Entonces una semana.  Y una semana más.  Y luego el mes entero.  No escribí más que esas dos palabras, y tú nunca mencionaste en clase el asunto que me habías dado.  No escribí porque ya tenía a Carlos.  Ya lo había hecho con el varias veces.  Estaba apasionada.  Y él era mi historia despiadada.  A page turner.  Este estado corrosivo no vino con precisión, sino con furia y rabia.  Se desarrolló sin permiso.  En esta cárcel de losers y lowlifes hay cuentos por todas partes.  Se siembran en el suelo.  Mi pasión me dirigió a tu asunto, Don Pocho.  Empecé a escribir esta mañana en el bus.  Mi vida con Carlos Villareal, mi galán susurrando piropos.   Por fin tuve una historia.  Estaba brotando de mi bolí.  Además tuve un título.

 

LA CHUPACABRAS

y sus decisiones mal tomadas

por

La Edy, la más chingona

 

            Carlos Villareal. Dos sustantivos propios, nada más.  Como describir algo que te descompone, que te destroza tu razón, tu ser entero.  No tienes ninguna opción.  El amor te prohíbe ver otra cosa porque es ciego y feroz.  Aunque tengo vergüenza también me siento orgullosa.  Tenía un novio.  Era la primera persona que me quiso por mí.  Todavía no puedo creer lo que hice.  Prefiero fingir que ese amor llamativo y terrible no existía sino en mis sueños.  Pero no fue un sueño.  Fue él.  Desde el primer día cuando me insultó con sus piropos patéticos, pronto y sin demora llegué a ser obsesionada para verme bien.  No saldría de mi casa a menos que tuviera mi perfilador de ojos negro y mi equipo de maquillaje. Mi mamá dijo que me parecía a una “paseante de la calle.”  No la contrarié.  De vez en cuando tienes que cazar hombres.  Y cacé.  ¿Quién dijo que tienes que mover los ojos y esperar que el chico se presente.  Hay que ser proactiva.  A mi mamá no le gustó esa actitud.  Un día cuando regresé de Safeway, mi perfilador de ojos, el rímel, mis muchas sombras de ojos, mi rubor, e incluso mi lipgloss habían desaparecido.  DESAPARECIDO! Yo no podía creerlo.  Y le dije a mi mamá que yo no iba a volver a la escuela hasta que me regresara mis pinturas. Pero mi mamá ya las había tirado en la basura.  A la mañana siguiente en el baño del G wing (que nadie frecuentaba--aun los peores alumnos) miré mi cara sin todo el bronzer, el rubor, la sombra de ojos, el brillo de labio, y el perfilador de ojos.  Descubrí que mal me miraba. Corrí hasta llegar a mi casa. Me oculté en el cuarto donde se lavaba la ropa.  En aquel momento yo creí que si yo no me pareciera a una supermodelo Carlos Villareal me abandonaría para alguien mejor.  Es la natura de la obsesión.  It tricks you from the inside.  No puedes escaparte de ella.  I wanted to be wanted by a guy.  And that was all I could think about.  It drove me to my locuras.  Pronto chaquetas horrorosas de piel.  Los pantalones de mezclilla.  Las camisas híper apretadas replaced mi una vez favorita wardrobe de suéteres tejidos de abuela. Me agujé las orejas y conseguí gigantescas hoops.  Estos me causaron tanta miseria (pues hacían que mis orejas sangraban diariamente).  Pero a mí no me importó. Desde entonces solo podía pensar en cómo me vería bien.  Aparecía en la escuela una vez cada tres días, y entonces una vez cada semana.  Al learning center Carlos Villareal me decía que me extrañaba mucho y que si no lo quería?  Dije que sí pero no me gustaba la escuela. 

            Luego me invitó al baño para hablar.  “I don’t want people watching us,” he said. 

            Y lo seguí.  No dudaba nada de lo que él quería.  Si me hubiera invitado al infierno, yo habría ido con él.  Al entrar al baño él me besó.  Sentí su lengua en mi boca.  Me tocó los senos.  Luego me bajó el pantalón.  Y me penetró.  No duró mucho.  Uno o dos segundos.  Se vino.  Yo no.  No sabía que hacer.  Esperé un momento.  Sonó el timbre. 

            “I got to go to woodshop,” he said.  “I don’t want to be tardy.  Check you out later.” 

            Me quedé en el baño, boca abierta.  Me sentí desconectada  como si este acto hubiera ocurrido en otro lugar, en otro mundo.  Su esperma trazaba la larga de mi muslo.  La luz fluorescente de este lugar miserable brillaba como una explosión sin fin.  Regresé al learning center como un robot.  Comí el lonche con mi amiga Sarah, una gringa muy delicada que de vez en cuando me cuenta chistes horribles. 

            Sarah me escuchó en silencio cuando le confesé lo que había pasado en el baño de los varones.  “Be careful, Edy.  This could be dangerous.” 

            “I know, I know,” le dije.

            “Careful, girl.”

            “But I love him so much.”

            “Oh-hoh.  You talking love already?”

            Busqué a Carlos Villareal el día siguiente.  Le pregunté por que me había abandonado en el baño.  Me explicó que no quería tener una detención por haber llegado tarde a la clase.  Me pidió de esperarlo después de la escuela. Y yo pendeja que soy esperé.  No vino.  Pasó una semana.  El lunes me invitó otra vez al baño de los varones.  Fui con él.  Lo hicimos otra vez.  No duró más de cinco segundos.  Ni siquiera me preguntó si me gustó.  Se fue. 

            Otra decepción.  Otro lonche con Sarah donde confesé mi amor.  Perdoné a Carlos Villareal porque sabía que me quería y que tenía algo que deseaba. 

            Al fin del mes Marta una nueva chica llegó a mi escuela.  Vino de Concord y instantáneamente se hizo popular.  Yo no sabía mucho acerca de ella.  Sólo sabía que muchos chavos la querían. 

            Otra semana.  Otro lunes en el baño.  Y luego Carlos Villareal no me invitó más.   Me enteré por un mensaje en el baño que Carlos Villareal estaba saliendo con Marta.  Además Sarah me dijo que Carlos Villareal les había contado todo de nuestras relaciones a sus socios.  Me había dado varios mal nombres:  La Chupetona, La Chupecabras, La Chupete, La Chuperaza.  ¿Chupar?  Ni siquiera.  Nunca hubo tiempo. 

            Carlos Villareal, mi amante, llegó a ser mi verdugo también.  Me había abandonado por otra.  Me había destrozada.  Y pendeja que soy, seguía amándolo.  ¿Don Pocho, recuerdas ese primer día cuando me dijiste?  “Tienes talento.  ¿Ves a los otros pendejos en esta clase?  Aquí no hay talento.”  Yo tampoco tengo talento.   Soy la más pendeja de tu clase de pendejos.  Soy fácil.  Soy también una fracasa.  Pediste un cuento.  Aquí es.  Léelo.  Pero, be careful what you wish for.  This is not the story of my glory days.  This is not my wonderful life story.  It is my caída, mi revelación de todo que había pasado en la escuela, mis lonches con Sarah, mis lunes en el baño con Carlos Villareal, mis obstáculos en mis clases.

La Edy

 

            Te di mi cuento el lunes pasado.

            Al ver mi obra me dijiste, “Thank you.  I can’t wait to read it.  Yo sé que has hecho algo superior.”

            “You think?”

            “Eres una persona sensible, Edy.  Ves las cosas que los otros no pueden ver.”

            “I don’t think I did very good.  I can’t write.”

            “Let me be the one who says you can write or not.”

            Pasaron tres días.  No me ojeaste.  Me diste looks.  Me observabas cuando no te miraba.  Tus ojos verdes.  Tus labios rojos.  Y yo, la más chingona, te ignoré.

            Esta semana no tuve mi regla.  Eso debe ser normal.  Como joven mis reglas son irregulares.  Pero supe inmediatamente que estaba preñada.  No había cambiado nada físicamente pero me sentí extraña como si fuera más ligera, mas invisible.  

            Hice un sleepover en la casa de Sarah.  No le dije nada de mi condición.  Sarah y yo pasamos una noche blanca mirando Showtime, contando chistes, hablando de la escuela.  Fue una noche perfecta donde me sentí cómoda aunque sufría de esta suerte de una mujer “easy.”

            El lunes fui con Carlos Villareal al baño de los varones.  Cuando le expliqué que temía que estuviera preñada, él me dijo, “Girl, what you do that for?  Jesus, how stupid can you be?”

            “You played a part in this too.”

            “You know you can close your legs if you want to.  I didn’t force this on you.”

            “What about Marta, that new girl from Concord?”

            “Girl, you know she don’t mean a thing.  You know that right?”

            “Sí, sí, sé todo.”

            “I’m telling you, that bitch means nothing to me.”

            “¿Y yo?  What about me?  What about the names you been calling me?”

            “I didn’t call you names.  Those were guys who were jealous of what me and you got.”

            Carlos Villareal put his arm around me.  No lo contrarié.  No pude.  Quise entrar en el sueño, regresar de nuevo a mi pasíon, mi poder.  Because in this dream I have control.  I have what he wants.  He needs me.  Carlos Villareal me penetró.  Duró casi diez segundos.  Un record.  Luego se fue. 

            Me viste en al parking, Don Pocho.  Yo estaba llorando.  Pero cuando te acercaste me sequé los ojos.

            “Leí tu cuento, Edy.  Tienes mucho talento.  Vas a ser alguien.  De eso estoy seguro.  Disculpe, pero no puedo inscribirte en el concurso.  Lo que tú escribiste es una obra de arte.  Una historia muy emocionante.  Es increíble.  Pero los jueces no van a entender.  Es too real.  They want cheesy shit, dreams of young hispanas getting out of the hood.  This was more they can handle.”

            Great.  Now I didn’t even get my pinche hundred dollars.  

            “I guess that was a waste,” I said. 

            “No, it was a wonderful beginning.”

            Me fui.  Why stick around to be told you’re a loser?  I couldn’t even write an essay the judges would like.

            “Wait, Edy, espera.”

            No esperé, Don Pocho.  Mi vida hasta este momento era una pesadilla y todavía sigue así.  Tú me pediste que escribiera un cuento.  Lo escribí.  Y luego me dijiste que era too real.  Fuck you, Don Pocho.  Mi vida es too real.

             Regresé a mi casa (mejor decir un apartamento section 8).  Mi padre no estaba.  Es un borracho.  Si quieres saber donde está, vete al restaurant bar Los Ranchos.  Allí se instala con su tequila y sus amigos de copa y cruz acostándose con qualquier mujer que no tenga el buen sentido de huirse lo mas pronto posible.  A mi madre no le hace caso.  Su misión es apoyarle para ser un verdadadero blue ribbon idiot borracho, y luego rezar y castigarme por tener la miserable suerte de ser su hija.  Entré. Vi que no había comida en la casa.  Le pregunté a mi  mamá que íbamos a comer.  Me dijo que ya yo estaba bien gordita y que debía estar de dieta.

            “Y que tal si te digo estoy preñada?” le pregunté.

            “No jodas, Edy.  Si estuviste con uno de esos sinvergüenzas te voy a correr de la casa.”

            “Entonces voy a la casa de Sarah.  Allí tengo en quien confiar.”

            “Regresa a las ocho.  Quiero que pases mas tiempo con tu gente.”

            Y eso fue mi plan.  Pasar un rato con Sarah, comer, y regresar cuando todo estaba más tranquilo en mi apartamento de basuras.  Cuando llegué a la casa de Sarah, vi que algo no andaba bien.  Sarah estaba escondida en el garaje con su hermano.

            “Sarah what’s happening?”  le pregunté.

            “My dad’s home.  He’s hitting the pipe pretty hard.”

            “You need something?  I can get you something.”

            “No, it’s okay.  We’re staying the night here in the garage.”

            No quise ser una de esas personas que meta la pata.  No soy así.  Cuando veo un pedo en desarollo, me voy.  “Girl, I understand.  You don’t have to tell me.”

            “Check you out later.”

            “It’s all good.”

            “I’ll see you at school.”

            “Check.”

            Me fui.

            En el camino a mi apartamento, una Honda Civic me cruzó.  Luego regresó y me adelantó.  Estoy acostumbrada a esta tradición de hombres mal educados.  Soy bonita.  El mundo me cruza.  Yo le saqué el dedo.  El conductor me sacó el dedo también.  Su pasajero gritó, “Yo bitch!  Chupetona!”  No los reconocí pero tuve una buena idea.  Feuron socios de Carlos Villareal.  Entonces vi la cara de Carlos.  Estaba en el asiento de atrás con la Marta, esa chavala de Concord.  Aunque él me vio Carlos was acting like I didn’t even exist, como si no hubiéramos hecho nada en el pinche bano de los varones, como si no fuera el padre de mi hijo. 

            “¿Ya no quieres verme, Carlos?”  I shouted after the car.  “You got what you wanted and left, desgraciado?”

            “Puta!” Marta shouted.

            “Bitch!” I shouted back.

            La Honda regresó una segunda vez.  Empecé a correr.  Es mi táctica defensiva habitual en situaciones malas.  Soy cobarde.  Y los cobardes corren.  Pasé por el Civic Park, crucé la Calle Main, y luego llegué a la Calle California y mi lugar santo.  La farmacia Rite-Aid queda allí en la esquina.  Me encanta Rite-Aid.  Las cosas no están tan baratas como las de Target. Y los pasillos están semi-desiertos a cualquier hora.  Algunos tienen sus iglesias, algunas sus museos, algunos sus lugares remotos.  Tengo Rite-Aid, un palacio de mierda that no ones wants but still buys.  Me dirigí al pasillo donde se encuentran los tests de embarazo.  No fue mi intención de comprar.  Vine para investigar.  En silencio.  Sin estar juzgada.  No descubrí nada.  Ni folletos.  Ni boletines informativos.  Luego fui a la librería que domina el centro de la farmacia.  Alli tienen toda clase de revistas en inglés y español.  Encontré una en inglés que daba consejos mes a mes para la mujer embarazada.  Contenía cartas de los lectores, informes sobre los tests de embarazo, falsos positivos, manchas, flujos marrones.  Y en cada carta oí mi voz, mi pinche obsesión.  Descubrí que tenía colegas.  Una tenia 32 anos, en la otra 12, en la siguiente 45.  Voces de mujeres perdidas como yo, víctimas de los Carlos Villareales del mundo.

            “Motherfucker!” grité. 

            Y seguí gritando hasta que llegó un empleado de Rite-Aid.

            “Miss, are you planning on buying those magazine?” he asked.

            “No, no, I wasn’t... I wanted to... a...” I babbled. 

            “Then would you mind yelling outside?”

            Al exterior no hubo alivio.  Siguió lloviendo pendejos.  Esta vez en el dudoso carácter de Xavier y José Téllez, dos  socios de Carlos Villareal que se creen muy XIV aunque su familia originó en el Perú. Me estaban esperando en su coche, una Toyota descompuesta con stickers de El Piolín, reliquia de un tío que había sido devuelto al Perú.

            “¿Oye, Edy, no quieres andar un rato con nosotros?” preguntó Xavier, el menor.

            “Yo, girl, come and check us out,” agregó José.

            Doblé, seguí el muro que delineaba el mall hasta la calle.

            “Hey, we’re talking to you,” said Xavier con voz razonable.  “We won’t bite.”

            No les hice caso.  Llegué al sidewalk, chequeé la intersección.  

            “Yo, chupona, where you going bitch?” dijo Jose.

            Y luego Xavier, “What you too good for us, Chupeatodos?”

            Intenté no correr pero no pude controlarme los pies.  Me fui corriendo-cojeando como esas mujeres que ves en las novelas que están paralizadas por la miserable suerte de haberse ligado a un monstruo.  Y el monstruo siempre tiene amigos.  Asi es la vida de los monstruos.  Donde pisa el monstruo también pisan sus socios.

            Corrí hasta la calle Main.  Entonces caminé hacia mi apartamento.  Al llegar a la calle Walnut, no doblé a la izquierda sino a la derecha.  Don Pocho, no sopeschaste que yo iba rumbo a tu hogar.  Pero yo sabía tu dirrección.  Somos vecinos.  Tú en tu neighborhood muy middle class.  Yo en mi apartamento.  Casí estamos en la misma calle.  Nos separan dos bloques, una distancia evaporativa.  Una noche te vi saliendo de Safeway y te seguí hasta tu casita.  No fue mi culpa, Don Pocho.  Me has condenado con tus deseos clandestinos.  Fuiste mi gran admirador aunque no decías nada en la clase, ni hizo el menor gesto sugestivo.  Yo estaba bien consciente que eso era tu gran deseo.  Que yo me entregara a tí.  Tú el único hombre que me conocía enteramente.  Tú que tenías mi gran cuento de delincuencia. Yo, la Edy, las más chingona, el cuerpo delicioso de la patria.  Tú con tus ojos verdes, hijo de un español y una pocha de Danville, California, patrón de todo que me faltaba a mí.  Yo el viento mexicano, el sabor de fecundidad.  Sabía bien cuando llegara a tu casita que me amarías como un hombre debe amar a una mujer.  Durarías mas de diez segundos.  Durarías un día, más un ano, más una vida. Me dirías piropos.  “Qué eres una mujer linda, Edy.  Qué tienes mucho talento.”  Y yo te envolvería en mis piernas.  Y tú serías feliz dentro de mí.

            Toqué a la puerta. 

            “¿Quién será?” dijo una voz feminina.

            Mi corazón dio un vuelco.  ¿Una mujer?  Esa no fue parte de nuestro sueño.  Tuve ganas de correr pero me quedé clavada en la puerta.

            “I’ll go see.”

            “No, I got it.”

            La puerta se abrió.

            Vi a tu esposa, Don Pocho.  No me habías dicho estabas casado.  Tus looks nunca me revelaron que tenías a una otra, que yo no era tu única.  Y yo pendeja con pocas experiencias todavia no sabía que un hombre podría admirar a una mujer de lejos y jamás tocarla.  Era inocente.  Todavia soy. 

            Tu mujer supo instantaneamente que yo había venido por tí.  Las mujeres somos así.  Vemos claramente la competición.  Si tu mujer hubiera sido mi madre, me habria atacado.  Quizás con sus manos o con una pipa o cualquier instrumento disponible al momento.  No era mi madre.  Era otra cosa.  Una mujer que ve el mundo como yo.  Una mujer vulnerable.  Una mujer trágica.

            “Luís, we have company.”

            Viniste a la puerta.  “¿Edy, qué haces por aquí?”

            “Vine por... pues... no sé... vine por...” dije como una niña que tiene dieciséis años, la que no sabe nada apreciable de la vida, la que va con cualquier muchacho al baño, la que escucha la voz sensual de su profesor y se cree enamorada.

            “What’s wrong?  Are you okay?” your wife asked me.

            “No, no I’m not,” I said.

            Estaba llorando.  Había estado llorando desde el parking lot de Rite-Aid.  Mi sombra de ojos se me había corrido.  Mi pelo estaba enredado.  Mi ropa sucia.

            “Pasa adelante,” dijo tu mujer.  “Vas a sentarte un poco.”

            “Vamos.  Sit down here in the living room,” dijiste.

            Entré.  Pasé por el salón.  Me indicaste una silla.  Me senté.  Vi el sofá, el estereo, la mesa comprada en una tienda de antigüedades, las alfombras de Turquía, los libros, el piano.  Era una casa de esas que ves en la tele.  Una casa aproximándose a una perfección Hollywood.  Una casa sin hijos.  Vives aquí con ella en tu esplendor sin hijos.  Entonces me di cuenta que aunque apreciabas mi belleza, mi tez color canela, mi fachada mexicana, mi terrible fecundidad, te faltaba una hija como yo.  Tu mujer no pudo tenerlos.  Por eso me ojeabas en clase.  Claro, soy bonita.  Pero también soy tu hija imaginaria.  I understand.  I see now.

            “Vamos a tomar el té.  ¿Quieres una taza de té, Edy?” dijo tu esposa.

            “Yes, yes, thank you very much,” I said.

            “Y luego vamos a charlar.  Una buena charla,” dijo tu esposa como si fuéramos amigas.

            “Té con cookies,” dijiste. 

            “Gracias.”

            You turned to your wife, said, “Edy is a fine young writer.  Tiene mucho talento.  One day she will be a star.”

            Aunque estaba nerviosa me sentí bien, Don Pocho.  Se me olvidó por un momento quién soy.  Me encantó tu casa de sueños, tus libros y tus instrumentos musicales.  Creí que podría ser mi casa, mi familia, mi lugar.  Imaginé que nunca había vivido en un carro, el la calle, en varios foster homes.  En esta casa no tendría que ser la badass, la más chingona.  Sería la Edy, la buena muchacha, una gran autora.

© The Acentos Review 2014